Bájale el ritmo a tu vida!
- Nathalya Ramirez
- 17 minutes ago
- 7 min read

Por 27 años de mi vida no entendí el significado de estas dos palabras. Es una locura escribir eso. Me hace sentir un poco incómoda. Casi desearía haberme detenido realmente a escuchar mi entorno y haber oído esas dos palabras, que estoy segura de que la gente me señaló varias veces, pero yo, una vez más, estaba demasiado ocupada para desacelerar.
Verás, cuando estás en constante movimiento, te sientes empoderada, llena de energía, no tienes tiempo para tonterías, solo para pensar en ser "productiva". Si eres una persona determinada, sabes a qué me refiero. Si creciste con una madre soltera, sabes a qué me refiero. Si eres deportista, sabes a qué me refiero. Incluso si estas tres últimas no te describen, vivimos en una sociedad que nunca se detiene. No alcanzamos a ver todas las historias de Instagram, ni a responder todos los correos del buzón, ni a completar todas las tareas de la lista, porque siempre aparece una nueva notificación.
Siempre me han dicho cosas como “eres muy activa”, “haces mucho”, “siempre estás en movimiento”. Al principio lo veía como algo espontáneo y divertido. Definitivamente era un cumplido. Pero cuando estaba en la universidad, uno de mis amigos más cercanos me confrontaba gritándome: “¡tómate una pastilla para relajarte!” cada vez que me veía muy acelerada o cuando me estaba sobrecargando. Me conocía bien. Tenía tres trabajos, cinco actividades extracurriculares, problemas de Física que resolver hasta las tres de la madrugada casi a diario, y aún así quería hacer más. Claramente estaba haciendo demasiado. ¿Por qué me estaba haciendo esto a mí misma? Pensaba, ¿Por qué sentía la necesidad de demostrar que era capaz de hacerlo TODO? ¿A quién? ¿A mí?
Cuatro años más tarde, empecé una empresa en el sector de la salud, tratando de conseguir inversión, equilibrando la vida personal y profesional, viajando dos veces al mes o más. Quería rendirme. Pero tampoco podía decir que no. El año pasado, esas dos palabras —desacelera— empezaron a repetirse en mi mente. Yo llamo a eso DIOS hablándome con su voz sutil y misericordiosa. Lo ignoré durante un par de meses. Creo que en algún momento le dije algo como: “Está bien, Dios, intentémoslo, no debería ser tan difícil”.
Un día comencé a sentirme cansada de hacer tanto. Me preguntaba: ¿cuál es el punto de hacer todo esto? ¿Para qué? Había estado así un tiempo, y por tiempo me refiero a años, así que sí, no es sorpresa que estuviera agotada. Pero de repente empecé a tener estos pensamientos tipo “espera un segundo, quizá hay más en todo esto que solo estar siempre saltando de lado a lado”. Comencé a querer descansar, a pasar más tiempo en un solo lugar, y a no ponerme ansiosa por no tener ya lo siguiente planeado. Pero no pude evitarlo, así que empecé a inventar planes A, B y C. Creo que esto empeoró mi situación, porque era contraproducente intentar hacer menos cuando ahora tenía tres planes para “por si acaso”.
Dios mío, realmente necesitaba que me dijeran que le bajara al ritmo de vida. Y lo hicieron. Comencé a tener charlas de reflexión con personas cercanas como mi hermana, una amiga, y mi pareja en ese momento. Ellos me escuchaban y recalcaban suavemente la importancia de hacer menos. Sin embargo, creo que necesitaba más que eso, necesitaba un alto total. Y pasó. Definitivamente no fue un castigo, si acaso, me salvó.
Un día del año pasado, estaba en una colina creyendo que podía esquiar (contexto: solo lo había hecho dos veces en mi vida, así que no, no sé esquiar). Estaba bajando una pista verde (nivel principiante), empecé a agarrar velocidad, quería seguir, pero de repente no pude coordinar los dos esquís y me detuve de golpe, lo que provocó que mi rodilla derecha se dislocara y regresara de inmediato, desgarrando completamente mi ligamento cruzado anterior derecho.
Un amigo cercano me dijo que no deseaba que yo pasara por eso, porque sabía lo doloroso que sería para mí. Significaba parar. No desacelerar, sino tomarlo con calma. Simplemente no hacer nada y enfocarme en sanar. Acostada en la nieve, con miedo de lo que le pudiera haber pasado a mi pierna derecha, no pude evitar pensar y decir en mi cabeza algo como: “ok, ya entendí, necesito parar”. Cuando llegó la cirugía, estuve tres semanas en cama sin poder hacer nada por mí misma. ¿Cómo podía pasar de hacerlo todo a estar acostada las 24 horas del día? Creo que no caí en cuenta lo que significaría para mi cuerpo y mente hasta que lo estaba viviendo. La recuperación significó pensar en cómo había estado viviendo mi vida y preguntarme qué debía priorizar. Y hacer eso constantemente durante meses. De repente, debido a la lesión, todas las responsabilidades pasaron de páginas llenas y calendarios ocupados a cosas que podía contar con los dedos. Se sintió TAN EXTRAÑO, pero de alguna forma liberador.
Tuve dos meses de paz donde mi única preocupación era asegurarme de que mi rodilla pudiera doblarse un grado más cada día. No voy a pintarte una imagen de color rosa diciendo que fui feliz para siempre ni romantizar el dolor, la cirugía o el sufrimiento emocional que esto causó, ni siquiera que aprendí la lección completamente. Poco sabía yo que eso solo me plantearía un reto aún mayor más adelante. Después de ver mejoras semanales, tenía dos caminos: el que conocía desde hacía 27 años por instinto de supervivencia o el nuevo y desconocido “tómatelo con calma”. Simplemente no podía volver a esa larga lista de prioridades que pensaba que eran urgentes. Creo que Dios me dio cierta claridad y sentí que esa primera opción me había llevado hasta donde estoy, pero no me llevaría más lejos. Por eso estoy eternamente agradecida con Él.
Sin embargo, tenía un reto aún más grande por delante. Ir por este nuevo camino ha sido MUY humilde. Porque, ¿cómo desacelerar cuando nunca lo has hecho? ¿Cómo te lo tomas con calma cuando tu mente ha estado programada por tanto tiempo, tus comportamientos han sido moldeados por modelos anteriores y tus acciones ya no coinciden con tus pensamientos? Han sido muchas las veces en las que me he sentido atrapada en un cuerpo lento con pensamientos y planes acelerados. Oh, esta interminable dicotomía.
Incluso a veces, la idea de hacer cosas y cumplir metas imposibles va más rápido que el Correcaminos. Uso esa referencia porque muchas personas, desde conocidos hasta familia y amigos cercanos, me han llamado Speedy Ramírez o Flecha Veloz Ramírez en distintos contextos. Sí, no es broma. De nuevo, porque solía ir y venir. Así que ha sido MUY difícil. Honestamente, tal vez incluso más que si hubiera seguido con mi forma de vida anterior, la que pensaba que era “vivir al máximo”. No lo voy a endulzar, ha sido muy duro. Implica querer hacer algo por instinto pero hacer lo contrario porque sabes que es lo que tu alma necesita, no lo que tu cuerpo desea. Creo que estas dos cosas suelen estar en desacuerdo por naturaleza, pero se pueden alinear con entrenamiento y refuerzo; en fin, esa es otra conversación, pero quería explicar por qué dije lo que dije antes.
También es muy difícil porque tienes que cambiar tu perspectiva mientras todavía estás propensa a actuar como antes y detenerte a tiempo. Así que sí, tuve que empezar a decirle no a otras personas, a cosas y a lugares. Más difícil aún, tuve que decirme no a mí misma. Tuve que frenarme a mitad de camino. Tuve que perdonarme cuando aún hacía lo que sabía que no debía y, aún más difícil, darme compasión y comprensión cuando caía en viejos hábitos. Sé que escribí todo esto en pasado como si ya hubiera superado todo y ahora fuera Nathalya “agradecida y serena” que va a paso de tortuga, pero la verdad es que no. Todavía estoy en eso, y lo vivo a diario, créeme. Y la realidad es que tú también.
La persona promedio tiene unas 60,000 ideas al día, con estudios que oscilan entre 12,000 y 70,000. Una gran parte de estos pensamientos, aproximadamente el 80%, son negativos, y el 95% son repetitivos, es decir, los mismos del día anterior. Así que sí, yo no he terminado. Tú tampoco. Tengo que ser consciente de estos miles de pensamientos repetitivos y decidir cómo quiero vivir de ahora en adelante. Pero hay esperanza. MUCHAS COSAS POR ESPERAR.
Mira cómo empecé. Estaba completamente inconsciente hace un año de cuánto daño me estaba haciendo no desacelerar —física, mental, emocional e incluso financieramente—. Aunque me dolió obtener claridad a través de un accidente real y doloroso, me alegra y agradezco que haya sucedido. Pero no deberíamos necesitar esos llamados de atención para querer cambiar o mejorar. Desafortunadamente, lo veo demasiado a menudo a mi alrededor, por eso también escribo esto. Mira dónde estoy ahora, identifiqué algo que quería cambiar de mi forma de vivir, aprendí una lección (honestamente varias), y estoy haciendo algo al respecto en lugar de quejarme. Puede que no sea bonito, fácil o rápido, pero vivir la vida así últimamente ha empezado a tener más sentido, a ser menos abrumador. No lo veo del todo todavía, pero sé que empezará a dar frutos a medida que soy más consciente de mi entorno. No es que no lo esté dando ya, creo que sí, pero tengo que afinarme a ello porque es nuevo y diferente para mí.
Entonces, ¿qué significa para ti desacelerar? Espero sinceramente que no sea un LCA (ligamento cruzado anterior), pero sí lo es, tú y yo necesitamos tomarnos un té (perdón, no tomo café, me acelera más de lo que mi cuerpo puede manejar jaja) y hablar/orar/llorar sobre esto. Si eres emprendedor@ como yo, ¿realmente necesitas trabajar 100 horas a la semana para que funcione? ¿Necesitas estar en todas las reuniones o conversaciones?
Para quienes están deprimidos, ansiosos, o sienten que no saben cómo salir del hoyo en el que cayeron, buscar una vía de escape o aferrarse a viejos hábitos puede parecer lo único que se puede hacer, pero quizá solo necesitas hablar de ello. Escribirlo. Llorarlo. Hablar con Dios. Enfrentar tu realidad y enfocarte en una sola cosa a la vez, en lugar de evitar tus emociones por años o incluso décadas. No corras más. Sé que es más fácil decirlo que hacerlo. Estoy contigo, pero oro para que leer esto te inspire a practicarlo en casa con tus hijos, con tu mascota, pareja, compañeros de trabajo y, lo más importante, contigo misma. A escuchar cuando alguien habla sin interrumpir (en serio, cierra la boca un segundo o un minuto), a escuchar dos veces porque la primera ni escuchaste. A sentarte y dejar fluir tus pensamientos, o como yo, a sentir tus emociones. Siéntelas. Llora. Escribe. Cómprate una galleta. ¿Qué necesita tu cuerpo y tu alma? Y digo necesidad, no antojo. No las confundas. Pregúntate eso y luego guarda silencio. Escucha esa voz en el fondo de tu cabeza. Puede que te sorprenda. A MÍ me ha sorprendido. Pero escúchala y haz algo al respecto, por pequeño que sea, y cuéntame cómo te va :)
Bendiciones, Nathalya Ramírez
P.D. ¡Desacelera!
Comments